Opinión

Hace 20 años de una terrible decisión

Por: Toño Sánchez Jr.

El viernes 16 de abril de 2004 la comandancia de la Autodefensas Unidas de Colombia, AUC, en cabeza de Vicente Castaño Gil avalaron la decisión de este último de asesinar a Carlos castaño Gil quien fungía como el comandante máximo de las AUC, pero eso no era así. Todos al interior de esa organización sabían que el verdadero jefe de jefes era ‘El Profe’, alias como se le conocía a Vicente Castaño.

“Vea, Toñito, estas Autodefensas eran un gran buque moviéndose en un mar embravecido, pero con dos timones y dos capitanes que no se ponían de acuerdo, todos íbamos a zozobrar”, me relató Diego Murillo Bejarano, ‘Don Berna’, en una conversación que tuvimos en la cárcel La Picota, en Bogotá, cuando estuvo recluido allí, luego del asesinato del diputado Orlando Benítez Palencia.

Tiempo después de la muerte de Carlos Castaño y conocida la suerte que corrieron todos los excomandantes de las AUC por la traición de Álvaro Uribe Vélez -como ellos lo reconocen-, la pregunta que se harán por siempre es si su suerte hubiese sido otra con Carlos Castaño vivo.

Ese será un interrogante que los perseguirá toda la vida.

Lo cierto es que las Autodefensas ganaron la guerra, pero perdieron la paz. La guerrilla de las Farc perdió la guerra, pero ganó la paz. Y el Estado colombiano perdió todo: la guerra, la paz, la dignidad y el respeto.

Hoy, ese mismo Estado, en cabeza de los 3 últimos presidentes, incluido el progresista, tiene a los excomandantes de las AUC pagando penas irredimibles, muy a pesar que nuestra Constitución Política dice que eso aquí no existe.

En fin, para muchos, y a muy baja voz, reconocen que la muerte de Carlos y Vicente Castaño convenía más al Estado y a muchos altos oficiales de todas las fuerzas, incluida la pública, que a los interese de ellos mismos.

Sea la oportunidad para reconocer que en un momento determinado la guerrilla estuvo a punto de tomarse la mitad de este país, y fueron las Autodefensas las que contuvieron el embate de la guerrilla. A un costo de mucha sangre, claro está. Y en cuál guerra no se derrama sangre.

Las Farc jamás se hubiesen sentado a negociar si primero no lo hubiesen hecho las Autodefensas, les temían más que al mismo Estado.

¡¿Por qué me hiciste esto?!

Luego esa imagen calcinándose se acercó hasta el vidrio donde estaba él y le gritó:

—¡Nunca te olvidarás de mí!

En ese mismo instante, Carlos Castaño Gil sintió como si cientos de brazos que lo atenazaban lo hubiesen soltado, y despertó sobresaltado en la cama del cuarto principal de la finca La 28, también conocida como La Ciudad Punto Com.

Turbado e inquieto por ese terrible sueño, Castaño miró el reloj, eran un poco más de las 3:00 a.m. del viernes 16 de abril de 2004. Iba a ser un día difícil para él, además tenía que serlo, porque entre diez y 11 horas después iba a ser asesinado por sus amigos y compañeros de armas.

Se vistió como lo hacía siempre que no estaba de camuflado con un jean azul, camisa blanca, tenis blancos, últimamente sólo usaba los Reebook clásicos. La Ciudad Punto Com era una finca con una hermosa casa construida en un filo de una montaña. El sitio fue escogido por él y ‘Merceditas’, pero esta última nunca vivió allí.

Carlos y sus escoltas desayunaron y se quedaron allí como hasta las 10:00 a.m. Carlos hizo varias llamadas, revisó su correo, recogió unos papeles y al rato gritó:

—¡Saliendo!

En ese momento notaron que una de las camionetas no quería encender, por lo que llamaron a un mecánico en El Tomate que se hizo presente de inmediato.

Carlos Castaño decidió irse con cinco escoltas para la finca La 36 y les dijo al resto de ellos que apenas arreglaran la camioneta salieran para La 36, que allá los esperaba para almorzar. La 36 es una hacienda ubicada entre Canalete, Córdoba y el caserío de Garrapata, Antioquia en la vía que va de Arboletes a San Pedro de Urabá, Antioquia, los moradores veían llegar mucho por allí a Carlos Castaño, pero sabían que el verdadero propietario era Poncho Berrío.

Castaño que acostumbraba a manejar sus carros no lo hizo, al timón estaba un escolta recién incorporado apodado ‘El Nuevo’.

Pasado el mediodía los escoltas rezagados llegaron a La 36 con la camioneta arreglada. Almorzaron. Al rato, Carlos Castaño decidió partir para la ineludible cita que tenía una hora más tarde… con la muerte.

Partieron hacia un punto conocido como Rancho al Hombro, que no es otra cosa que una tienda a un lado de una polvorienta vía destapada, cuya única ventaja era que tenía una línea fija de teléfono que permitía conectarse a Internet de manera conmutada y en donde la señal era excelente, mejor que en La Ciudad Punto Com.

Rancho al Hombro está a la izquierda de la carretera destapada que va de El Tomate a Arboletes en Antioquia, y al desvío que conduce a Canalete, Córdoba. A un costado de Rancho al Hombro hay un camino que conduce a la vereda Guadual. La maquinaria de las autodefensas lo mantenía en buen estado. Nunca imaginaron que algún día les iba a servir mucho eso de mantenerlo transitable.

Carlos Castaño le dijo a uno de sus escoltas que esperaba a una gente de Medellín entre quienes estaba un personaje conocido con el alias de ‘El Cebollero’. Como a las 11:30 a.m. la gente de Medellín cancela la visita. Pasadas las 12:00 del mediodía habla con su compañera sentimental y le expresa su molestia por el incumplimiento de las personas que esperaba ese día. Se despiden y no hablarían nunca más en la vida.

Carlos Castaño tenía un problema en su mano derecha. En la Semana Santa de 2004, que inició el cuatro de abril y terminó el domingo 11, se fue unos días para la zona de ‘El Alemán’, allá, antes de que la lancha –o la ‘panga’ como le dicen en Urabá– llegara a la orilla, se tiró. Una hélice del motor fuera de borda le hizo una lesión que le inhabilitó parcialmente los tendones de los dedos meñique, anular y medio de la mano derecha.

Un conocido traumatólogo y ortopedista de Montería, que ya lo había asistido otras veces, se desplazó hasta Urabá para atenderlo.

En otra ocasión también había sido atendido por traumatólogos de Montería cuando se accidentó a la altura del barrio Rancho Grande, después de una discusión con ‘Merceditas’. Se le perdieron la pistola y diez mil dólares. A las 24 horas, ‘Los Vaca’ tenían el arma y 12 mil dólares.

Quedó con serios problemas de movilidad mientras se recuperaba. No fue aquel un buen momento para lesionarse la mano con que desenfundaba y apretaba el gatillo del ‘fierro’, pero aun así la llevaba al cinto.

Luego de hacer unas llamadas decidió conectarse a Internet y revisar sus correos. Las dos camionetas Toyota de platón en las que llegaron se estacionaron: una, de color blanco y que hacía unas semanas le había regalado el narcotraficante ‘Gordolindo’, lo hizo frente a Rancho al Hombro, en esa llegó Carlos Castaño; la otra, la de los escoltas, lo hizo a un lado del camino que va a Guadual.

Los escoltas que lo acompañaban eran ‘Richard’, ‘Duende’, ‘El Nuevo’, ‘Bateman’, ‘Dumas’, ‘Carrancho’ y ‘El Tigre’. Faltaba ‘Cariaca’, que estaba de permiso. De todos estos el único que era un curtido y peligroso combatiente, que se paraba a pelear con quien se enfrentara, era ‘Richard’. Todos en las Autodefensas sabían que era un tipo de cuidado.

Se ubicaron de manera estratégica alrededor de la tienda donde se sentó su comandante, pero estaban muy relajados. No la vieron venir.

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